Con el regreso a la década de 1990, marcado por el retorno o los planes de películas y series como Scream, Clueless, Buffy, Practical Magic, Happy Gilmore y My Best Friend’s Wedding, también hay una sensación de nostalgia más amplia que está resucitando ciertos géneros. Este año, en el festival de cine de Toronto, Aziz Ansari intentó admirablemente, aunque lamentablemente sin éxito, revivir el espíritu de la comedia de alto concepto y con elementos fantásticos protagonizada por estrellas en su película Good Fortune. Sin embargo, el guionista y director irlandés David Freyne hace un intento mucho más convincente con Eternity, un ambicioso romance sobre la vida después de la muerte que encajaría perfectamente junto a clásicos de esa época como Heart and Souls, What Dreams May Come y Ghost.
El atractivo no reside solo en el ingenio bien pensado de su premisa, sino también en el brillo y la grandiosidad de la realización cinematográfica; una producción de A24 que parece llevar el logo de Touchstone Pictures. Este es un sorprendente paso adelante para Freyne, cuyo entrañable debut, la comedia gay Dating Amber, pasó un poco desapercibido en el difícil verano de 2020. Aquella película, sobre estudiantes queer de secundaria que fingen una relación, era pequeña y semiautobiográfica; para su sucesora, Freyne ha pasado de estar anclado en la verdad a flotar en la fantasía pura.
En el ingenioso y bien construido mundo de Eternity, la muerte no es el final. Una vez que tu tiempo en el mundo real termina, llegas en tren a un centro de convenciones con estética de los años 60, reviviendo la edad exacta en la que fuiste más feliz. Allí, conoces a tu Consultor del Más Allá (AC), quien te ayuda a decidir tu próximo destino. Tal vez quieras pasar tu eternidad en la playa (“Mundo Playa”), o quizá eres una mujer que ya ha tenido suficiente de hombres (el “Mundo Libre de Hombres” está graciosamente lleno), o tal vez un hombre gay que desea disfrutar de los excesos de los 80 sin la crisis del SIDA (ese sería el “Mundo Studio 54”). Es un aluvión de vendedores tratando de asegurar tu lugar, una decisión que no puede ser revocada una vez tomada.
La historia se centra en Larry (Miles Teller), quien muere atragantado con un pretzel frente a su familia, poniendo un abrupto final a una larga vida y un matrimonio feliz. Despierta como su yo más joven y es emparejado con Anna (Da’Vine Joy Randolph), quien le explica su situación e intenta encontrarle el más allá ideal. Pero Larry insiste en esperar por su esposa, Joan, cuyo diagnóstico de cáncer sugiere que la espera no será larga. Cuando ella finalmente llega (también regresando a su juventud, interpretada por Elizabeth Olsen), surge un problema: su primer esposo, Luke (Callum Turner), que murió en la guerra décadas atrás, también ha estado esperando. Con la ayuda de su AC Ryan (John Early), Joan debe decidir con quién pasará la eternidad.
Es una premisa ágil y divertida, el esquema de un clásico triángulo amoroso que recibe un giro inteligente y reflexivo, con apuestas tan altas como es posible. Joan debe sopesar el potencial de lo que apenas pudo explorar y le fue arrebatado cruelmente contra la seguridad de lo que ya conoce, aunque quizás demasiado bien. Es una balanza entre el ser querido que lloró y el que la ayudó a superar el duelo; el recuerdo del amor juvenil contra la realidad del matrimonio a largo plazo; el que la recuerda en su mejor momento frente al que la conoció en su peor momento. Es una gran película, con grandes ideas y giros emocionales que Freyne maneja con éxito, expandiendo su lienzo con un toque ligero que mantiene el filme danzando con velocidad y gracia.
El filme le plantea a Teller y a Olsen un desafío actoral complejo: encarnar a sus personajes en sus cuerpos jóvenes, pero con la experiencia y, a menudo, el mal humor de su edad. Ambos lo logran increíblemente bien sin caer en la parodia, y Teller resulta especialmente encantador. Turner se desempeña bien como un apuesto galán (es comparado con Montgomery Clift en la película), y el toque característico de John Early añade una divertida chispa cómica. Sin embargo, el acto final no alcanza las alturas emocionales esperadas, pues Freyne se enfoca demasiado en la astucia de las maquinaciones de la trama para centrarse en hacernos sentir algo de verdad. En ese punto, la película corre el riesgo de parecer más una aproximación que una obra original. No obstante, el intento de Freyne de transportarnos de vuelta a un panorama cinematográfico anterior al entumecimiento del streaming es un acierto.
