Ella se llama Anora, aunque todos la conocen como Ani. Habla ruso con fluidez, pero prefiere comunicarse en inglés. Trabaja como bailarina en un club de striptease, lo que insiste en diferenciar de ser una trabajadora sexual, a pesar de que ocasionalmente se dedica a ello. Rápidamente queda claro que Ani es más inteligente y resistente de lo que deja ver a sus clientes. Sin embargo, la joven es un desastre: se siente comprometida y en conflicto, reflejando quizás el estado del mundo que la rodea.
Anora, la brillante nueva película del escritor y director estadounidense Sean Baker, es un frenético, divertido, fogoso y profano cuento de Cenicienta. Baker ya había cosechado elogios por sus trabajos anteriores (Tangerine, The Florida Project, Red Rocket), pero esta bulliciosa aventura neoyorquina lo impulsa hacia la grandeza. Anora combina una hábil y visceral gestión de su volátil temática con una ambición exultante que busca el máximo riesgo. El triunfo, no obstante, es compartido con su estrella: Mikey Madison, de 25 años, ofrece una interpretación memorable, dando vida a una heroína defectuosa y formidable, tan hermosa como cruda.
Como era de esperar, el club de Ani atrae a todo tipo de perdedores, aunque algunos tienen más solvencia que otros. Vanya (Mark Eidelstein), por ejemplo, es el hijo torpe y mimado de un oligarca ruso, con acceso libre a la mansión de sus padres en Brighton Beach y más dinero del que sabe manejar. Vanya es un chico dulce, pero débil, con la ingenuidad y la codicia egoísta de un adolescente. Emulando a Richard Gere en Pretty Woman, le ofrece a la bailarina 15.000 dólares para que sea su “novia cachonda” por una semana. Ani confiesa sin reparos que habría aceptado el trabajo por diez mil, a lo que Vanya responde con una sonrisa, admitiendo que habría llegado a pagar treinta mil. Tal es la medida del “amor” que surge entre ellos. Toda relación es, quizás, en parte transaccional. En este caso, al menos es franca y honesta: Vanya es el comprador y Ani la vendedora.
Durante un tiempo, Vanya y Ani se convencen de que son iguales, socios de negocios, y que su romance manufacturado podría funcionar. Pero después de su boda en Las Vegas, a la que llegan en una marea de champán y cocaína, el soufflé se desmorona de manera espectacular. La caída será brutal, sobre todo para la novia. El viaje tragicómico que Baker y Madison orquestan es trepidante y chirriante, dando bandazos entre el centro de Manhattan y el ventoso Coney Island, de la fantasía vulgar a la dura realidad. Anora se oscurece y profundiza con cada giro, ofreciendo una violenta corrección a los cuentos de hadas de Hollywood.
La película culmina en un estridente crescendo durante una sostenida secuencia de slapstick en el lujoso piso de Vanya, cuando un par de matones rusos ineptos llegan para anular el matrimonio. Los hombres irrumpen, reprendiendo a Vanya y apenas prestando atención a Ani. La respuesta de ella los deja tambaleándose: la sala queda destrozada mientras Ani patea y muerde, negándose a ser controlada. Es una escena soberbia, sin aliento, salvaje e hilarante. Anora se estrenó en el Festival de Cannes, donde ganó la Palma de Oro. Su incómodo acto final, que culmina con un golpe de gracia, resulta ser el punto central: la relación del cine con su espectador es una transacción barata, y Ani, obligada a interpretar su papel hasta el final, ya no está segura de qué es real y qué es performance.
